Para Oda
Irrumpo en tu encantadora
intimidad de las medianoches
desde mi túnel de
oscuridad que es mecido por esta tosca hamaca
para escribirte,
enamorado de ti, aunque quiero abolir tu recuerdo
hasta que sea una
bruma fría, una particularidad evaporada,
una degradación del carmín
de tu boca hasta llegar al gris de la ceniza…
Hubiera deseado seguir
con este exquisito juego de engaños
como dos inefables chiquillos
traviesos
en el que receptas mis
palabras como quien no quiere
y creerme que experimentas
lo mismo que yo
mientras te idolatro
hasta en mis pasiones más profanas
donde, en un reino de
sueños humedecidos
te veo montada sobre un
caballo blanco
dirigiendo los
ejércitos hacia la batalla de nuestros cuerpos
y el rojo horizonte invitándonos a exhalar nuestros últimos suspiros
antes del clímax sobre
el monte de Venus.
Pero respondes, demoledora
y desafiante
con tu persistente y
sutil silencio,
que interpreto como la
negación de abrir
esa necia puerta que
mi terquedad entreteje,
aunque ambos estamos
seguros de algo:
sí lees mis
sentimientos expresados en furibundos versos.
El poema "Lees" juega con la tensión entre la pasión desbordada y la distancia emocional del ser amado, quien permanece indiferente pero consciente de su impacto.
La "encantadora intimidad de las medianoches" y el “túnel de oscuridad” reflejan la vulnerabilidad del hablante, atrapado en un estado de adoración en el cual el deseo de poseer y el anhelo de olvidar se entrelazan.
En las primeras líneas, la imagen de “abolir tu recuerdo” hasta convertirlo en una bruma o en "el gris de la ceniza" simboliza un intento, quizá infructuoso, de trascender el dolor de un amor no correspondido. Sin embargo, la línea "Déjame seguir con este exquisito juego de engaños" revela una aceptación irónica de su propia ilusión: está atrapado en el placer y el tormento de amar sin reciprocidad, en un juego en el que ambos participan tácitamente, como “chiquillos traviesos”.
La escena de fantasía en la que ella aparece "montada sobre un caballo blanco, dirigiendo los ejércitos hacia la batalla de los sentidos" evoca un amor épico y carnal. Esta imagen, situada "sobre el monte de Venus," añade una dimensión sensual y casi mitológica, en la que la amada es elevada al rol de guerrera o de reina, en una visión que mezcla la adoración y el deseo físico.
Finalmente, su “persistente silencio” se convierte en un símbolo de poder y rechazo; su negativa a abrir esa “necia puerta” enfatiza su independencia y control. Pero, paradójicamente, él sabe que ella lee sus palabras, y esta certeza transforma su silencio en un desafío implícito.
En conjunto, el poema expone el dilema de una relación unilateral: un amor intenso, lleno de fantasía y deseo, en el que el hablante está consumido por la pasión, aunque consciente de que su amada participa solo como espectadora, silenciosa y lejana.
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