Para Mireya
Eres calleja recóndita, eres oscuridad anochecida,
mientras gimiendo voy, solitario, oyendo mis propias pisadas
al cruzar la acera sucia y resbaladiza, mal iluminada,
que acoge a las ratas y a las fundas de basuras tiradas en anarquía.
Este es el enfermizo agravio de mi sueño procaz:
poseerte dulcemente…manjar que, al resbalar por mi garganta,
hará un nudo de azúcar hiriente y empalagoso…
extenuante, como un hurgón atizando una densa fogata en mis pulmones…
rozar el interior de tus oídos con el implacable látigo de mis suspiros,
donde bulle el estremecimiento eléctrico que reventará los nervios de tu
espalda.
Y al fin nos encontramos: fluye en mí el ímpetu afrodisíaco
de agarrar tus manos -fulminantes dagas de algodón- y atravesármelas
para que sientan la erupción de lava en mi pecho abierto.
Se apodera con ferocidad que trato de apaciguar,
la serpiente de sinuosa cola larga y lengua lasciva,
que, enroscándose por mi vientre, columna y órganos vitales,
reinserta el cosquilleo de mi abrupto deseo,
de mi osadía por gobernar tu espacio,
verter mi acelerado torrente en tus venas,
apoderarme de ti, jubiloso, hasta el final de mis sentidos,
y morder tu tenso cuerpo lleno de rosas, hasta claudicarnos
"DESEO" evoca una atmósfera oscura y apasionada, impregnada de un deseo profundo, casi obsesivo.
El hablante se adentra en una calle sombría, un reflejo del deseo insaciable que lo consume. La imagen de la "calleja recóndita" y la "oscuridad anochecida" refuerzan la sensación de aislamiento y ocultamiento, lo que convierte el deseo en un acto solitario, alimentado por la imaginación del hablante.
Las metáforas intensas, como "poseerte dulcemente… manjar que, al resbalar por mi garganta", expresan cómo el deseo es simultáneamente placentero y doloroso, como una dulce tortura.
Los elementos como "ratas", "basuras tiradas", y el "hurgón atizando una densa fogata" ofrecen una sensación de suciedad, caos y una necesidad que roza lo violento.
El deseo se describe como una fuerza imparable, una serpiente que recorre el cuerpo del hablante, destacando una urgencia física que lo domina por completo.
La intensidad aumenta hasta llegar a la unión con el otro, donde el hablante busca apoderarse de su objeto de deseo, “morder tu tenso cuerpo lleno de rosas, hasta claudicarnos”.
El poema captura un erotismo crudo, feroz y dominante, contrastando entre lo carnal y lo oscuro, lo físico y lo emocional, y culminando en una rendición total.
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