31-oct-2024
Para Oda
I
El viento, impertinente
vanidoso, resuena con fuerza en este castillo de cristal.
Te perseguí locamente
por todos lados… te habías escondido
hasta que subiste
apresurada la escalera,
vi tu falda bailar en
el aire, mostrando todo lo maravilloso que escondía…
Ya atrapada, en la
alcoba, mordiste coquetamente el lado derecho de tu labio inferior,
sonreíste, mujer fatal
en una película de cine noir,
dejándote caer, lentamente,
casi sin vida, sobre la cama,
entornando tus ojos
almendrados hacia mí, tu vampiro demencial.
Abriste apenas tus
labios en actitud voluptuosa,
me regalaste ese
gemido gutural que me provocó un apocalipsis de estrellas
salpicadas con
movimientos de tranvías y pieles emancipadas…
músculos danzantes,
atropellados cabellos, todos rebeldes en éxtasis.
¡Hinqué mis colmillos
en tu extensa garganta que se insinuaba como una fruta exótica,
y en esmerada represalia
tus impecables dientes me persiguieron por toda mi geografía!
¡Yo sacudí tu afelpado
trono y descubrí todos los confines en la forma de tu planeta!
II
Es pasado mañana, el
eclipse lunar sucedió…
Tibio aún el vaho de
tu cuerpo que humedeció la sábana,
fundida en la hoguera tu
collar de corazón de plata,
ni siquiera está el
vestido rojo que te arranqué maliciosamente…
hieden las paredes de
este círculo flagelado de despojos.
Solo quedaron en imágenes
marchitas
mis besos en caravana
sobre las curvaturas de tus pechos y de tu cintura
que ahora sepultan cada
minuto
de un insípido día de lluvia.
La primera parte se centra en la persecución y culminación del deseo, desarrollada con un lenguaje visualmente impactante y cargado de movimiento. El “castillo de cristal” es una imagen significativa, pues este escenario refleja el carácter frágil y efímero de la escena que presenciamos, contrastado con el poderío de las emociones. Aquí, la figura femenina es una musa y una presencia fantasmagórica; se mueve y juega en un espacio de seducción y misterio, reflejando un arquetipo que el poeta observa y persigue con intensidad. Ella no solo es la figura amada, sino que asume el rol de una “mujer fatal,” una femme fatale que evoca el dramatismo de una película de cine noir, donde el amor se convierte en una experiencia voraz y peligrosa. Este encuadre le otorga al poema un sentido de teatralidad, mientras el amante se convierte en una especie de “vampiro demencial,” subvirtiendo su humanidad y entregándose a sus impulsos más salvajes.
La expresión "hinqué mis colmillos en tu extensa garganta" no es solo un acto de pasión carnal; simboliza una consumación que, como los vampiros, deja una huella indeleble, un rastro de vida y muerte. Aquí, la pasión no solo es un deseo físico, sino un ansia existencial: una absorción de la otra persona, en un deseo que busca la integración total con el otro, con una intensidad que casi roza lo destructivo. La imaginería de los “colmillos” y la “fruta exótica” refuerzan este encuentro como un festín de lo prohibido, un acto tan exaltado y simbólico como una metáfora de un trance espiritual. La repetición de las persecuciones mutuas, los dientes y los cabellos “atropellados” sugieren un éxtasis que no permite límites, un vínculo que, aunque exultante, es insaciable y potencialmente insostenible.
En la segunda parte, la escena se transforma radicalmente hacia una atmósfera desolada y lúgubre. El amante se encuentra en un espacio vacío, un “círculo flagelado de despojos,” un símbolo de la devastación y del inevitable vacío que sigue al fervor amoroso. La ausencia de la amada es palpable, tanto que incluso el aire parece tibio y pesado, cargado del eco de un amor que ya se ha extinguido. Los objetos que menciona —el collar, el vestido rojo que arrancó con pasión— son ahora meros restos de un fervor que se ha desvanecido. La imagen del “collar de corazón de plata” fundido en la hoguera es particularmente poética y poderosa, sugiriendo cómo el símbolo del amor ha sido consumido en un fuego que, aunque ardió intensamente, ha dejado solo cenizas.
Finalmente, las “imágenes marchitas” son un eco de los besos y las caricias que el amante otorgó en el clímax de su unión. La expresión “caravana” sugiere un recorrido ritual, una peregrinación física y emocional a través de la topografía del cuerpo amado, ahora sepultado en la memoria. La mención del “insípido día de lluvia” subraya la transición de un estado de fervor a la monotonía de la existencia sin ella, revelando que la pasión, al igual que el eclipse lunar mencionado, ha sido un evento extraordinario, irrepetible, dejando tras de sí una profunda sensación de pérdida y desolación.
Filosóficamente, Garganta explora el dilema existencial de la entrega amorosa: cómo un momento de éxtasis total puede, a la vez, ser un abismo de pérdida y un vacío al que el alma retorna cuando ya no hay nada tangible que la sostenga. El poema oscila entre el gozo absoluto y la devastación, sugiriendo que el amor, cuando se vive en una intensidad tan desbordante, siempre está destinado a transformarse en ausencia y anhelo. Esta búsqueda por “poseer” a la otra persona, por trascender la separación física a través de una unión tan apasionada, se convierte en un acto que, aunque sublime, no puede perpetuarse, revelando una verdad sobre la naturaleza humana: en la pasión, se busca la trascendencia, y en su ausencia, la existencia se vuelve trivial y gris.
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