Rascacielos sin ventanas...
Horizonte sin nubes...
Juega la música con su
etérea gracia...
Sacude el aire otro
ritmo enardecido...
Danza lenta... turbia
manifestación de sonidos...
¿Hacia dónde van con
sus pasos arrastrados?
¡Animales, humanos,
cosas, todos a sus destinos!
Este poema plantea un escenario casi apocalíptico, donde la ausencia de ventanas en rascacielos y la falta de nubes en el horizonte sugieren un entorno urbano implacable, despojado de naturaleza y de refugios. La música parece ser el único elemento que brinda cierto alivio, una fuerza etérea que juega y sacude el aire, transformando el ambiente sombrío en un espacio de expresión y de movimiento.
La "danza lenta" y la "turbia manifestación de sonidos" evocan una coreografía enigmática, donde cada ser —"animales, humanos, cosas"— sigue un destino, pero de forma mecanizada y casi sin elección, arrastrados en sus pasos hacia una meta desconocida o inevitable. Esta danza parece ser una metáfora de la vida en una sociedad moderna donde, aunque nos rodean las señales de un mundo agitado, cada cual sigue su trayecto, con poco tiempo para cuestionarse adónde lo lleva ese camino.
La fuerza del poema radica en la desolación sutil que describe, la aparente monotonía de cada individuo dirigido hacia su "destino" en un universo compartido, pero profundamente individualista.
Como lectores, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia dirección, sobre cómo participamos en esa "danza lenta" que, aunque llena de vida y de sonidos, parece despojada de significado.
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